viernes, 10 de septiembre de 2010

Memoria




Los recuerdos son para nosotros, los humanos, un pilar de nuestra personalidad. Se forman desde el principio de nuestra vida como resultado de nuestras experiencias, y a la vez, afectan nuestras reacciones y la forma en que asimilamos las siguientes experiencias. Conforman la columna vertebral de nuestras ideas, de nuestras emociones y de nuestras aspiraciones. Es por ello que cuando el film de 2001, Iris, nos muestra el deslizamiento de la personalidad de la autora Iris Murdoch hacia un abismo para el cual poseemos poca comprensión, nos muestra en el fondo una forma de extinción. La enfermedad de Alzheimer constituye para la escritora, ampliamente reconocida en el mundo literario de habla inglesa, un viaje de una riqueza cultural y vivencial hacia el pozo negro de la ausencia interior. Alternando recuerdos añejos con el olvido reciente, su conciencia es suavemente empujada hacia un pasado que con el progreso de la enfermedad es igualmente borrado paulatinamente. De este modo Iris va perdiendo conciencia de sí misma, cayendo en la repetición de conductas y experimentando una falta de sentido hasta el punto de perder la noción de una dirección tanto de sus acciones como de sus pasos. La desesperación hace, a veces, presa de ella, y crea una carga emocional que genera grietas en su personalidad y en su relación con su esposo, John Bailey. En esta situación cabe preguntarse: con la imposibilidad de formar recuerdos recientes y la desaparición del pasado, ¿qué puede, existencialmente, quedarle a un ser humano?  Quizás solo queda la posibilidad de formar recuerdos para otros, de dar significado a las vivencias de otros. Esto nos habla de lo importante que, a nivel individual y en un doble aspecto, la memoria de la vida puede ser.

A las sociedades puede ocurrirles lo mismo. La memoria histórica contribuye a la interpretación del presente, a veces condicionándola y limitándola, y a veces proveyendo información útil para su lectura. Al igual que en el caso de los individuos, constituye la base para una identidad profundamente arraigada en la materia de una vida concreta. La pérdida de dicha memoria histórica es un hecho que puede contribuir al deshilvane de la trama del tejido social, a la pérdida de la  identidad social, y por tanto, a cierta desorientación respecto de varios aspectos que incluyen la teleología civilizacional de una sociedad. La memoria de cómo se llegó a ser una nación puede proveer ciertas claves para conservarse como tal. Sin estas claves, las naciones llegan al punto de encarar un abismo paralelo al de la desaparición de la personalidad.

A diferencia del caso de la enfermedad incurable que hemos mencionado, en el cual el paso a la pérdida de la identidad es irreversible, este abismo puede ser franqueable. Aunque, al igual que en lo individual, la memoria del pasado puede influir en la interpretación de la nueva experiencia social, el hecho de que esta interpretación sea colectiva abre la posibilidad de superar los condicionamientos históricos. Es entonces cuando la historia y la comunicación se vuelven importantes.  El establecimiento de una Dirección Civilizacional hacia la cual una sociedad deberá crecer con solidez estructural es uno de los pilares de su desarrollo. Cuando hablamos de una Dirección Civilizacional que incluye una cierta estructura, podríamos describirla como un modelo que abarque los valores fundamentales y las instituciones que los pondrán en práctica como una política de la entidad social que puede estar o puede no estar, al menos completamente, reflejada en políticas gubernamentales. Estos valores no deben ser solamente una suerte de articulación política de la convivencia social, como ha sucedido en el pasado.  Deben también representar una inversión en un modelo ético que  haga sustentable la civilización.

Quizás en un sentido inverso, desde cierta perspectiva, al de la enfermedad de Alzheimer, debemos pasar de una memoria estrictamente fáctica de una historia un tanto al azar a un futuro civilizacional fundamentado que contenga las libertades necesarias y las guías de crecimiento que nos lleven a evitar el abismo que nos condenaría a repetir el pasado. De esta manera, Iris, nos presenta tanto un sendero posible para los individuos que experimenten los efectos de esta enfermedad, tanto como para, metafóricamente hablando, las sociedades que se olviden de su causa y razón de existir, y nos permite palpar el borde de este abismo

Memory



Memories are for us, humans, a pillar of our personality. They are formed from the beginning of our life as a result of our experiences, and in turn, they affect our reactions and the way in which we assimilate our next experiences. They make up the spinal column of our ideas, of our emotions and of our aspirations. That is why when the 2001’s film, Iris, shows us the sliding of the personality of writer Iris Murdoch into an abyss for which we have little understanding, it shows us deep down a form of extinction.  Alzheimer’s illness is for the writer, widely known in the English speaking literary world, a voyage from a cultural and living richness to the black hole of internal absence. Alternating old memories with recent forgetfulness, her consciousness is softly pushed towards a past which with the progress of the illness is equally and gradually erased.  In this manner, Iris loses consciousness of her own self, falling into behavior repetition and experiencing a lack of sense to the point of losing the feeling of direction in her actions and her steps. Desperation fills her sometimes, creating an emotional charge which generates rifts in her personality and in her relationship with her husband, John Bayley. In this situation, the question may be asked:  with the impossibility of forming recent memories and the disappearance of the past, what can a human being have, existentially, left? Maybe there is only the possibility of forming memories for others, of endowing other’s experiences with meaning. This tells us of how important, on an individual level and in a double aspect, the memory of life can be.


The same may happen to societies. Historical memory contributes to the interpretation of the present, sometimes conditioning and limiting it, and sometimes providing useful information for its reading. Just like with individuals, it constitutes the basis for an identity deeply rooted in the matter of a particular life. The loss of said historical memory is a fact that may contribute to the unraveling of the social fabric, to the loss of social identity, and thus, to certain disorientation regarding various aspects including a society’s civilizational teleology. The memory of how a society has become a nation may provide certain key aspects to preserve itself as such. Without these key aspects, nations come to the point of facing an abyss parallel to that of personality disappearance.


Unlike the above-mentioned incurable disease, in which the transit to the loss of one’s identity is irreversible, this abyss may be cleared. Even though, like with individuals, the memory of the past may influence the interpretation of the new social experience, the fact that this interpretation is a collective one opens the possibility of overcoming historical conditionings. It is then when history and communication become important. The establishment of a Civilizational Direction into which a society must grow with structural stability is one of the pillars of its development. When we speak of a Civilizational Direction which includes a certain structure, we could describe it as a model that includes fundamental values and the institutions that will put them into practice as a policy of the social entity that may or may not be, at least fully, reflected in governmental policies. These values must not be only a sort of political articulation of social life, as it has happened in the past. They must also represent an investment in an ethical model that makes civilization sustainable.


Perhaps in an inverse sense, from a certain perspective, to that of Alzheimer’s disease, we must go from a memory strictly about facts of a history which has held certain randomness to a well based civilizational future containing the necessary freedoms and the necessary guides for growth, thus, leading us to avoid the abyss which would condemn us to repeat the past. In this manner, Iris shows us a path that is possible for both individuals who may experience the effects of this disease and, metaphorically speaking, societies that forget the cause and reason of their existence, and allows us to feel the border of this abyss.

Erinnerung





Erinnerungen sind für uns Menschen eine Säule unserer Persönlichkeit. Vom Anfang unseres Lebens an bilden sie sich als Resultat unserer Erfahrungen, und bestimmen wiederum unsere Reaktionen und wie wir künftige Erfahrungen aufnehmen werden. Sie formen die Wirbelsäule unserer Ideen, unserer Gefühle und unseres Strebens. Aus diesem Grund zeigt uns der Film aus dem Jahr 2001 "Iris" das Abgleiten der Persönlichkeit der Autorin Iris Murdoch in einen Abgrund, für den wir wenig Verständnis besitzen; er zeigt im Grunde eine Art der Extinktion. Die Alzheimer Erkrankung verursacht für die, in der englischsprachigen Welt weiträumig bekannte, Autorin eine Reise ausgehend von kulturellem und lebendigem Reichtum in den Abgrund innerer Abwesenheit. Indem sich alte Erinnerungen mit jüngster Vergesslichkeit abwechseln, wird ihr Bewusstsein sanft zu einer Vergangenheit gedrängt, die mit dem Fortschreiten der Krankheit allmählich gleichermaßen gelöscht wird. Auf diese Weise verliert Iris ihr Ich-Bewusstsein. Sie verfällt in Verhaltenswiederholungen und erlebt einen fortschreitenden Mangel an Vernunft bis zu dem Punkt, an dem ihre Handlungen und Schritte die Richtung verlieren. Die Verzweiflung, die sie manchmal übermannt, wird zu einer emotionalen Belastung, die Risse in ihrer Persönlichkeit und der Beziehung zu ihrem Ehemann, John Bayley, hervorruft. In dieser Situation mag man sich fragen: Was bleibt von menschlicher Existenz, wenn das Bilden frischer Erinnerungen unmöglich ist und die Vergangenheit verschwindet? Vielleicht nur noch die Möglichkeit, Erinnerungen für andere zu schaffen, dem Erleben anderer eine Richtung zu geben. Wir sehen wie wichtig die Erinnerung des Lebens ganz individuell und unter einem doppelten Gesichtspunkt sein kann.

Dasselbe mag für Gesellschaften gelten. Das historische Gedächtnis trägt zur Interpretation der Gegenwart bei, manchmal konditionierend und limitierend, und manchmal nützliche Informationen für ihre Lesart bietend. Genau wie im Falle des Individuums bereitet es die Basis für eine in der Materie des einzelnen Lebens festverwurzelte Identität. Der Verlust des besagten historischen Gedächtnisses ist ein Umstand, der dazu beitragen kann, die Fäden des sozialen Gewebes zu verwirren, die gesellschaftliche Identität zu verlieren und deswegen zu einer gewissen Desorientierung hinsichtlich verschiedener Aspekte einschließlich der zivilisatorischen Teleologie einer Gesellschaft zu führen. Die Erinnerung daran wie aus einer Gesellschaft ein Staat wurde, mag für bestimmte ausschlaggebende Aspekte sorgen ein solcher auch zu bleiben. Ohne diese Aspekte kommen Staaten an den Punkt, an dem sie sich am Rande eines Abgrunds sehen, der Parallelen zum Verschwinden der Persönlichkeit aufweist.

Ungleich der oben genannten unheilbaren Erkrankung, in welcher der Übergang zum Verlust der eigenen Identität irreversibel ist, kann dieser Abgrund überbrückt werden. Wenn auch genau wie bei Individuen die Erinnerung der Vergangenheit die Interpretation neuerer gesellschaftlicher Erfahrungen beeinflussen mag, eröffnet die Tatsache, dass die Interpretation auf kollektiver Basis stattfindet, die Möglichkeit historische Konditionierungen zu überwinden. In diesem Augenblick werden Geschichtsverständnis und Kommunikationsfähigkeit wichtig. Die Etablierung einer Kulturellen Zielrichtung, in welche eine strukturstabile Gesellschaft wachsen sollte, ist eine der Säulen ihrer Weiterentwicklung. Wenn wir von einer Kulturellen Zielrichtung sprechen, die eine bestimmte Struktur beinhaltet, können wir sie als Modell beschreiben, das die grundlegenden Werte umfasst und ihre Institutionalisierung als Richtlinien der Gesamtgesellschaft, was mehr oder weniger vollständig von der Regierungspolitik reflektiert wird. Diese Werte dürfen nicht nur wie in der Vergangenheit eine politische Artikulation sozialen Lebens sein. Sie müssen eine Investition in ein ethisches Modell darstellen, das Zivilisationen überlebensfähig macht.

Aus einer bestimmten Perspektive müssen wir in einem vielleicht umgekehrten Sinne zur Alzheimer Erkrankung von einer streng faktischen Geschichtserinnerung, die in gewisser Weise dem Zufall unterliegt, zu einer fest gegründeten Zukunft unserer Zivilisationskultur kommen, die die notwendigen Freiheiten und Richtlinien für Wachstum beinhaltet, und uns demnach dazu bringt, uns den Abgrund zu ersparen, der uns dazu verdammen würde die Vergangenheit zu wiederholen. Auf diese Weise zeigt uns "Iris" auf jeden Fall einen möglichen Weg einerseits für Individuen, die die Auswirkungen dieser Krankheit erfahren und, metaphorisch gesprochen, andererseits für Gesellschaften, die Ursache und Grund ihrer Existenz vergessen, und erlaubt uns den Rand dieses Abgrundes zu erspüren.