Entre los polos de nuestra geografía
La naturaleza humana parece, a menudo, oscilar entre extremos. En algunos casos, la combinación de genética y libertad parece orientar la conducta de los individuos hacia lo radicalmente individual, y en algunos otros hacia lo fuertemente social. Este flujo de fuerzas biológicas y existenciales entre dos polos hace posible una amplia gama de posibilidades en muchos sentidos, pero particularmente con relación a las aspiraciones humanas. Psicológicamente, el polo en el que comienzan dichos conflictos es el centro de la individualidad, que reclama el mundo para sí mismo. Sin embargo, dicho reclamo puede recorrer una gama que registra progresivas manifestaciones de apertura a lo comunitario hasta llegar a los grandes ideales sociales. El ser humano es, así, a menudo presa de luchas y conflictos, tanto internos como externos, de relevancia variable para sí mismo y para la comunidad en la que vive, resolviéndose éstos con diferentes grados de éxito. Sin embargo, las consecuencias de esto con frecuencia moldean secciones del universo personal y comunitario, proyectándose, articulada o desarticuladamente, en diferentes cuadrantes de la realidad.
Esta lógica se ve a menudo extendida a la interacción de grupos sociales con intereses particulares, sean grupos de interés económico, de interés político, o de cualesquiera otros. Esto crea un cambiante flujo de fuerzas, que en su dinamismo tiende a ser ciego, excepto por su orientación hacia los intereses particulares mencionados. Quizás uno de los más famosos ejemplos de éste fenómeno sea el escándalo político del Watergate en los Estados Unidos de América, cuyo más notable protagonista fue el presidente Richard Nixon. El espionaje, y según algunos, sabotaje, al partido político contrario al del presidente Nixon fueron los motivos de una serie de investigaciones y antagonismos políticos que culminaron con la renuncia de Richard Nixon a la presidencia que recientemente había ganado al ser re-electo para el cargo. El fuego de la indignación ante los actos ultimadamente atribuidos a dicho presidente recorrió el país de origen, asombrando a propios y extraños, creando una presión política cuyo peso era insostenible. Finalmente, la resistencia de Richard Nixon a aceptar alguna culpabilidad fue vencida, y su renuncia a la presidencia de los Estados Unidos de América resultó inevitable.
Tras la renuncia de Richard Nixon, David Frost, un periodista británico, le hizo una serie de entrevistas por medio de las cuales trató de obtener una explicación extraída directamente de la experiencia del mismo Richard Nixon sobre diferentes momentos de su vida y carrera política. El film de 2008, Frost/Nixon, ilustra tanto el enfoque y realización de dichas entrevistas como el proceso psicológico que llevó a Nixon a revelar hechos que evidenciaron su posición en dichos puntos. Para el público estadounidense, una aclaración, y más que nada, una aceptación de culpabilidad por parte de Richard Nixon, era lo éticamente correcto en virtud de la aplastante importancia de los hechos que se habían descubierto hasta entonces.
El desarrollo de las entrevistas mostró a un Nixon que buscaba, en principio, establecer una posición de carácter evasivo y moverse así hasta la proyección de una imagen exculpatoria a como diera lugar. El expresidente deseaba volver a la vida política y vio en la realización de las entrevistas un medio para rehabilitar su imagen pública de modo que fuera nuevamente aceptado en las élites operando en Washington, D.C. Sin embargo, el constante abordar los detalles de su actuación como presidente en temas como la guerra de Vietnam, la medidas tomadas en relación con la economía de los Estados Unidos y la implementación de medidas integrativas en el área de derechos civiles, parecía generar una fuerza empática entre entrevistador y entrevistado al tiempo que la rivalidad existente entre ambos se acentuaba. La tensión entre los dos crecía de manera palpable, originando una situación impredecible: mientras más buscaba Nixon justificarse más parecía tomar conciencia de los defectos de su actuación. Esa conciencia parecía mellar su fiera defensa, la cual retomaba una y otra vez, creando un conflicto psicológico que se derramaba sobre el centro del sentido de su existencia.
Por otra parte, David Frost, cuya timidez inicial había permitido la evasión de explicaciones, pudo reemprender una labor de profundización en el tema de principal interés para el público norteamericano. La presión de Frost en el tema del escándalo del Watergate llevó esta dinámica hasta el punto de orillar a Nixon a pronunciar la impactante idea de que si el presidente de la nación realizaba un acto ilegal, por el hecho de ser el presidente quien lo realizaba, dejaría el acto de ser ilegal.
Impensable como había sido para muchos, el camino hacia el polo opuesto había concluido. Nixon finalmente concedió que había cometido grandes errores y que había faltado a su deber respecto de su función como gobernante. Aunque no se declaraba culpable de haber violado ley alguna, parecía haber transitado del polo de la autojustificación hacia una conciencia de su pertenencia a algo más grande que sí mismo y ante lo cual tenía un deber mayor: su nación. Es así como la comunidad nacional pareció, progresivamente y en un corto lapso, cobrar la mayor importancia en su visión de las cosas. Si bien su perspectiva individual mantenía una arraigada relevancia, la referencia fundamental dejó de ser él mismo para mirar hacia alguien más.
Queda claramente ejemplificado, así, que la radicalización de la aspiración personal, llevada hasta el extremo de violar leyes humanas y principios éticos fundamentales, puede contraponerse fuertemente al sentido correcto de la orientación humana a lo social. Es por ello que la armonización de lo individual y de lo comunitario juega un papel clave en el equilibrio y desarrollo de las sociedades, ya que es la solución constructiva para el juego de intereses y la actividad derivada del mismo. Podría pensarse en el concepto de bien común como parámetro rector, pero éste navega sin brújula entre las olas de los intereses particulares. ¿Quién determina qué es lo que constituye un bien? ¿Quién determina qué es el bien común para una circunstancia histórica concreta?
Es entonces que una Dirección Civilizacional se torna necesaria. En dicho entorno es necesario evitar que el flujo de fuerzas permanezca ciego a necesidades más grandes que las derivadas de sus reducidas premisas. De esta manera podría prevenirse el que una sociedad rasgue su trama o siga el sendero de la extinción. Si el ser humano es capaz de superar esta antinomia convirtiéndola en una armonía, quizás la esperanza de que la sociedad humana pueda superar su infancia no sea vana.